Casi por casualidad, yo diría una casualidad afortunada, me entero de la existencia de la planta Asclepias curassavita. Una especie milagrosa, bienhechora y hechicera. Un vegetal generoso y abnegado que cobija en su seno a los pulgones, a las larvas y a diversos y minúsculos insectos depredadores, que van carcomiendo vorazmente sus hojas hasta dejar su limbo agujereado y marchito.
Sin embargo, sus flores, pequeñas maravillas redondas, de corolas rojas y amarillas, son el nido donde desovan las mariposas monarcas. Todo el círculo de la vida, la reencarnación y la muerte, la naturaleza en su magnitud y en su simpleza, concentrada en una simple planta.
Mi hija me trae un pequeño brote, un tallo grácil con cuatro o cinco hojas verdes, en una maceta de cerámica color ladrillo. La coloco en mi jardín, junto a otras plantas, de lleno al sol de la mañana.
La existencia de la asclepias me conmueve y me estimula a iniciar mi propia aventura. Comienzo el mágico recorrido hacia el encuentro con mis mariposas.
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